Siguiendo a Jesús nos nutrimos de las ricas fuentes espirituales de la Iglesia. Nos hacen crecer en el amor a Dios y renuevan nuestra vida. De ahí recibimos la fuerza para nuestras tareas en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo.
Todos los días escuchamos la palabra de Dios. En ella nos habla el Señor con palabras humanas. La meditación personal y el diálogo espiritual comunitario sobre la palabra de Dios nos ayudan a dejarnos poseer cada vez más por su riqueza.
La celebración de la santa Eucaristía es el centro de nuestra jornada. Ella es para nosotros, como para todos los creyentes, fuente y cumbre de toda la vida cristiana.
Con la liturgia de las horas (oficio de lecturas, laudes, oración del mediodía, vísperas y completas) alabamos a Dios y nos unimos a la Iglesia orante en todo el mundo.
La presencia de Jesús en el sacramento del altar nos atrae. Todas las tardes, y durante todo el día, dedicamos al Señor eucarístico un tiempo de manera personal o comunitaria.
El domingo lo celebramos como día de oración y de reflexión, de descanso y gozo en el Señor, como día de la familia al servicio de Dios y de los demás. Queremos contribuir a que el domingo caracterice nuevamente la vida de muchos cristianos.