Dios da a la Iglesia muchos dones, que llamamos carismas, para su vida y crecimiento. En el origen de nuestra Familia espiritual, hay también un don que la Madre Julia recibió: el carisma de “La Obra”. En el centro de nuestro carisma hay un doble amor que el Señor nos regala y que con alegría y convicción vivimos: el amor al Sagrado Corazón de Jesús y el amor a su Iglesia.
La Madre Julia afirma: «El nombre de "La Obra”, para designar a la comunidad, no es fruto de mi reflexión. Lo he encontrado más bien en lo más profundo de mi alma». Este nombre nos llama a vivir una fe profunda y viva. Jesús dice:
El corazón traspasado de Jesús es un símbolo del amor infinito de Dios por nosotros. Su inmenso amor nos ha redimido y colma nuestro corazón. Hemos acogido su invitación a responder a su amor y a hacer una “Santa Alianza” con el Sagrado Corazón de Jesús. El amor del Corazón de Jesús nos une en una Familia espiritual.
Amamos a la Iglesia y tenemos un profundo respeto hacia ella. Nos fijamos en el Señor del que san Pablo dice: «Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella« (Ef 5,25-26). Sabemos que en la Iglesia ha habido y hay imperfecciones. Pero al mismo tiempo sentimos la necesidad de testimoniar su grandeza interior, su vitalidad y su doctrina de fe.
Dios significa todo para nosotros. Queremos adorarlo y cumplir su voluntad. Seguimos a Jesús, que al final de su vida manifestó: «Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste». (Jn 17,4)
Madre Julia se sintió profundamente conmovida por la oración de Jesús que pedía por la unidad de sus discípulos. Tenemos como misión empeñarnos por la unidad, dentro y fuera de nuestra comunidad, donde vivimos y trabajamos, en la Iglesia y entre las personas de buena voluntad.
Jesús empezó su vida pública con las palabras: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15) Queremos escuchar esta llamada. Alegres por la cercanía del Señor nos esforzamos por seguir el camino de la conversión y de la renovación para alcanzar una fe cada vez más profunda.
Nuestra vocación nos propone grandes ideales, al mismo tiempo experimentamos nuestra debilidad humana. Con nuestros pecados, nuestras heridas y limitaciones nos encomendamos al amor misericordioso de Dios.
La corona de espinas luminosa es el símbolo de nuestra Familia espiritual. Ella nos recuerda que siguiendo a Cristo participamos en su pasión y en su resurrección.
San Pablo es nuestro patrón. Madre Julia descubrió en sus cartas el misterio de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su celo misionero nos estimula. Nos ayuda a vivir nuestra misión contemplativa-apostólica en medio del mundo.
María es el regalo que Jesús nos dió antes de su muerte: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Caminamos cogidos de la mano de María.