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El sacrificio es la fuerza que hace crecer nuestra vida

Madre Julia, Fundadora de la Familia espiritual “La Obra” ha creado esta expresión: “El sacrificio es la fuerza que hace crecer nuestra vida”. Tenía bien presente que en la vida cristiana el crecimiento y la maduración espiritual sólo se pueden dar si llegamos a un amor de donación, desinteresado y dispuesto al sacrificio, con el cual llevamos a cabo nuestras tareas. A tal disposición para amar no somos capaces de llegar con nuestras propias fuerzas, sino solamente en unión con Jesucristo y con su sacrificio, que es la auténtica fuerza de crecimiento para nuestra vida.

 

 

En su Encíclica Spe Salvi, el Papa Benedicto XVI escribe también sobre esta actitud interior de la donación, del “sacrificio”, que es parte esencial del seguimiento de Cristo. Dice: “La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros” (N. 40).
La Cuaresma es un tiempo particularmente adecuado para seguir la invitación de Benedicto XVI y para ejercitar esta disposición al sacrificio. La vida cotidiana conlleva siempre dificultades y sufrimientos, sea en el trabajo o en la vida privada, por la preocupación por los demás o a causa de nuestras limitaciones, o de los errores o pecados que todos cometemos. “A cada día le basta su afán.” (Mt 6, 34) dice Jesús. Todos están incluidos, sean creyentes o no. Y a menudo estos “sufrimientos” parecen a las personas algo sin sentido o inútiles y por eso querrían evitarlos.
 
Pero como seguidores de Cristo, podemos reconocer que todas las dificultades y sufrimientos que afrontamos, tienen un sentido más profundo a la luz de Cristo, si intentamos aceptarlos con su actitud, con su disponibilidad y su mismo amor, ofreciéndolos a Dios. 
En este sentido S. Pablo escribe en la Carta a los Romanos (12, 1): “Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual.
 
¿Cómo podemos hacer que nuestra vida y nuestro cuerpo sean una ofrenda para Dios? S. Juan Crisóstomo lo explica muy claramente: “Que el ojo no mire nada pecaminoso es un sacrificio a Dios, que la lengua no diga nada malo se convierte en una ofrenda agradable a Dios, que la mano no haga nada prohibido, esto es como un holocausto. Sí, pero esto no es suficiente, son necesarias las buenas acciones: la mano dé limosna, la boca bendiga al enemigo, el oído esté siempre dispuesto a la escucha de la Palabra de Dios.” He aquí las ofrendas que, realizadas en unión con Cristo, en su espíritu, dan culto a Dios y le son agradables.
 
En la oración del Ofertorio de la S. Misa se pide siempre de nuevo que podamos llegar a ser un sacrificio agradable a Dios, unido al sacrificio de Cristo mismo. Madre Julia dice: “Son precisamente las llamadas pequeñas renuncias de cada día las que dan forma al sacrificio de la Misa en nuestra vida, las que nos unen más profundamente a Él y nos hacen participar verdaderamente en su sacrificio de la Cruz.”